martes, 10 de noviembre de 2015





          Novela de Ajedrez, Stefan Zweig



   Zweig escribió esta novela corta poco antes de sucicidarse en Brasil en 1942. Saber alzar la voz contra un régimen que todavía estaba en el poder en ese momento y sin conocer el desenlace de la Segunda Guerra Mundial se podría considerar un acto temerario. Pero para Zweig todo había perdido sentido. Como ya habia explicado en "El Mundo de Ayer"(escrito también desde el exilio y sin más documentación que la propia memoria)  todo  el sueño europeo se había desvanecido irreevocablemente. Y en "Novela de ajedrez" Zweig utiliza la metáfora del juego para denunciar sin tapujos los mecanismos que habian precipitado esta decadencia, protagonizados especialmente por el régimen nazi. Hay quien a querido ver en la confrontación de los dos jugadores una imagen de las fuerzas contrapuestas en Europa: por un lado, Czentoviv, campeón mundial de  ajedrez arrogante, analfabeto y sin ningún tipo de escrúpulo, y por otro,  el señor B., representativo de una clase social e intelectual quien, pese a conseguir ganar una primera partida, enloquece después al intentar entrar de lleno en el juego. Y es que los medios creados por el sistema nazi para anular al individuo logran incluso vencer la cordura de los seres más pensantes, desarmados finalmente ante un adversario tan corrosivamente manipulador. Hay detrás del régimen una voluntad de aniquilación del ser, de eliminar su facultad de razonar con claridad. 

   Esta intención queda denunciada y expuesta en las páginas relativas al enclaustramiento de B., en los cuatro meses que pasa encerrado, sin hacerle absolutamente NADA, sin que ocurra absolutamente NADA.  "Es bien sabido que nada en el mundo puede oprimir tanto el corazón del hombre como la nada", nos dice Zweig en boca de este mismo personaje. El vacío más absoluto: estar encerrado en una habitación, herméticamente aislada del mundo exterior. Una mesa, sí, pero una mesa que no sirve para nada cuando no se permiten tener libros ni periódicos, ni papel ni lápiz. La nada absoluta alrededor del alma y del cuerpo, sin reloj para medir el tiempo. Los sentidos despojados de estímulos, con la única compañía del propio 
pensamiento. "Pero incluso los pensamientos, por muy etéreos que parezcan, requieren un punto de apoyo, pues de lo contrario giran y giran en torno a sí mismos, en un torbellino sin sentido; tampoco ellos soportan la nada."

   De esta Nada parecerá poder librarse el personaje al vislumbrar en una de sus esperas previas al interrogatorio algo parecido a un libro en el bolsillo de una chaqueta. Las piernas le flaquean ante la posibilidad de hacerse con algo que le permita huir de su aislamiento, "palabras alineadas, renglones, páginas y hojas (...) perseguir y capturar pensamientos nuevos, frescos, diferentes de los míos". Pero lo que podría haber sido su salvación cuando ya está a punto de capitular ante la Gestapo resulta ser su perdición. Se trata de un libro de ajedrez, y de la reproducción de partidas magistrales en la Nada de su habitación y a continuación de partidas contra sí mismo, adoptando la postura de las negras y las blancas a la vez, entrará en una vorágine que lo conducinará a su enajenación total. 

  Éste acaba siendo el gran logro de los nazis. Zweig no sabe entonces si su gran logro definitivo. El ascenso de los totalitarismos en los años 20 y 30 ya había ido desmembrando el tejido espiritual europeo, que recibía ahora su golpe de gracia con un sistema que buscaba aniquilar del todo las facultades mentales de sus ciudadanos. Para alguien como Zweig además, que no era un hombre político sino sólo un escritor, esta ruptura entre palabra y verdad, entre significantes y significados, representaba el desmoronamiento definitivo de todo en lo que había creído. 

   Estando ya en Petrópolis, poco antes de suicidarse junto con su mujer Lotte, se sabe que Zweig y ella curiosamente mataban el tiempo jugando al ajedrez. Aún tuvo tiempo de escribir esta demoledora novela corta y de dejar escrito su testamento, una nota breve que encontró la policía junto sus cuerpos muertos y abrazados:

"Antes de dejar la vida por mi propia voluntad y en pleno uso de mis facultades mentales, me urge cumplir con un último deber: agradecer 
de todo corazón a este maravilloso país que es Brasil que nos haya ofrecido a mí y a mi trabajo una tregua tan bondadosa y hospitalaria. He aprendido a querer a este país más cada día y en ningún otro lugar me hubiese gustado más reconstruir de nuevo mi vida, una vez que el mundo de mi propia lengua se ha hundido para mí, y Europa, mi patria espiritual, se ha destruido a sí misma.

Pero una vez cumplidos los sesenta años haría falta una fuerza especial para empezar otra vez de nuevo. Y las mías están agotadas por los largos años de peregrinar sin patria. Por eso me parece mejor concluir a tiempo y con ánimo sereno una vida para la que el trabajo espiritual siempre fue la alegría más pura y la libertad personal el mayor bien sobre la tierra.

Saludo a mis amigos. ¡Ojalá puedan aún ver el amanecer! Yo, 
demasiado impaciente, me adelanto a ellos."


22 de febrero de 1942

Por Sílvia Ardevol