lunes, 20 de junio de 2016



EL TODO, de Marin Sorescu

Todo ha ocurrido muy de prisa:
la tierra improvisaba
ciertas matas de hierba,
improvisaba el árbol ciertas hojas,
un pájaro
- no tuve tiempo de saber su nombre
improvisaba cierto trino
y una mujer improvisaba una canción eterna...

improviso ahora una sonrisa
para la foto de mi vida.





jueves, 16 de junio de 2016




                      VOLTAIRE CONTRATACA
                        André Glucksmann


  El Cándido de Voltaire tiene más vigencia que nunca. Ésta es la tesis -y de algún modo, el testamento - presentada en esta obra por el filósofo André Glucksmann. De un libro que Flaubert dijo haber leído más de veinte veces, de un autor, Voltaire, que después de los atentados de Charlie Ebdo, volvió convertirse en best-seller entre los franceses tres siglos más tarde, pueden extraerse muchas lecciones para nuestros días. De la mano de Glucksman vamos desvelando tema a tema la relevancia que tiene en la actualidad. La crisis financiera de 1720 también introduce al hombre de la Ilustración en la percepción de su propia vulnerabilidad. Y es que ser coetaneo no es lo mismo que ser contemporaneo. Voltaire se nos hace más cercano que muchos con los que compartimos generación. 

  Su personaje Cándido tiene la habilidad de situarse en un punto medio entre la creencia naïf de que éste es "el mejor de los mundos posibles" y el nihilismo que no le encuentra sentido a nada. Repudia del mismo modo a los dogmáticos optimistas y a los pesimistas. En un principio Cándido parece consagrado a la sátira del optimismo (definido como "el deseo de sostener que todo está bien cuando está mal), pero hacia la mitad de la obra Martin y su pesimismo toman el relevo de Pangloss. Optimismo y pesimismo quedan expuestos entonces como las dos caras de la misma moneda: ambas hacen que el ser humano huya de sus responsabilidades y lo condenan a la inacción. Y Gluksmann las denuncia aún ahora como las obsesiones seculares del europeo. Un circulo vicioso en el que se alternan accesos de melancolía y arrebatos de exaltaciones conquistadoras. El siglo XX y la multitud de posturas nihilistas adoptadas por una buena parte de los pensadores es un buen ejemplo de lo poco que han logrado segun Glucksmann estos cantores del sinsentido.

  "Cándido o el júbilo desengañado del primer europeo". Así lo llama el autor. Es cierto que Cándido experimenta el absurdo, lo sufre, lo llora, pero no lo provoca ni se regodea en él. Como contrapartida, el epítome de este ideal punto medio entre estos dos extremos acaba siendo el HUERTO VOLTAIREANO, esa realidad "cultivable" que no es un paraíso que dependa del exterior, de lo ultraterreno, ni tampoco un infierno o un vertedero. En él, como en el huerto de Epicuro, pueden germinar los más diversos modos de vida y de goce. La dificultad está en que el hombre del goce individual no contradiga al hombre del deber general. O, como apuntaba también Diderot, conseguir hacer coincidir el bien ideal con el hedonismo relativista. 

  La dicotomía norte-sur que se vive en Europa (Europa, "ese objeto de deseo mundial" la llama Glucksmann) no tiene tanto que ver con la confrontación de dos estrategias políticas ni de dos opciones espirituales (la seriedad protestante y el goce romano, o como las llama el autor, "la psico-rigidez nórdica de las hormigas luteranas y el hedonismo de la cigarras latinas") sino con dos modelos de sociedad: "Uno (después de la caída del totalitarismo nazi) pretende erradicar la utopía marxista. El otro, mantener ese horizone, aunque se encuentre lejos. Uno (después de la caída del totalitarismo soviético), afronta la competitividad del mundo real. El otro sacrifica para siempre las exigencias de la realidad en beneficio del un "mundo nuevo".

  El reto es, "encontrar en esta Babel moderna no un modo de vivir sino de sobrevivir." Y seguramente apunta Glucksmann es la adversidad la fuerza aglutinadora más fuerte del ser humano. Es la adversidad lo que une a los supervivientes de Cándido. 
Para unir esfuerzos, hay que identificar al enemigo. Y el peor de todos, según Voltaire, "no es el apestoso diablo, ni un sistema todopoderoso, sino la ceguera individual, la tendencia a la servidumbre, la inclinación a renunciar a la libertad para dormir tranquilo."

  Voltaire es capaz de abordar las grandes cuestiones y de sacarlas por la puerta de atrás tanto de la teología como de la Soborna para llenarlas de vida. Ofrece una lección magistral de cómo vivir fuera de la Providencia divina pero también de la científica. Y eso es mucho decir en una época como la Ilustración, donde la razón era mitificada como un dios. Voltaire recuerda que el huerto de Europa además fue filosófico antes de ser cristiano pero también es capaz de detectar tempranamente cuán peligroso puede ser este otro extremo.  No es suficiente dice el autor con la crítica de las revelaciones bíblicas "esas golosinas gratuitas en un siglo de incredulidad creciente". No es suficiente con este "panglossismo a la inversa", que "se contenta con sustituir una armonía celeste por una profana. Por lo tanto, sería demasiado reducir la cólera volteriana a un anticlericalismo militante."

  No se puede negar la existencia del mal. Voltaire dice: "Negar que existe el mal puede ser dicho entre risas por un Lúculo que se encuentra agusto cenando en su salón Apolo con sus amigos y su amante; pero si asoma la cabeza a la ventana verá desgracias." Entre las desgracias que uno contempla hoy en día al asomarse por la ventana de Europa está la crisis generada con la inmigración. Sobre este hecho comenta Glucksmann: 

"Apostamos que Voltaire se habría quedado horrorizado al oír a los bien alimentados, incluso a los glotones, esos seres opulentos -pequeños o grandes-que somos nosotros, clamar ante esta invasión apocalíptica y esa decadencia universal. Las izquierdas europeas, que se definen como humanistas, y las derechas, que se dicen caritativas, refunfuñan a la hora de felicitar a dos tercios del género humano por su ascensión no al "mejor de los mundos" sino a una condición comparable a la nuestra."

  Esta conciencia del hombre, que según Voltaire no nace bueno ni malo sino polivalente, capaz de lo mejor y de lo peor, coloca la responsabilidad en el centro del individuo.

  Después de exprimir toda la obra, Glucksmann concluye con una magnífica síntesis: "Cándido no aspira a convertirse en el creador o en el enterrador de la humanidad. Su divisa: no hacer de dios, no hacer ni deshacer la historia, sino vivirla. "

  Vivirla sin hacer escuelas del optimismo ni del pesimismo, sabiendo cultivar el huerto voltaireano, siempre con la cabeza "asomada a la ventana".

Por Sílvia Ardevol


domingo, 12 de junio de 2016



"La vida es un hospital donde cada enfermo está poseído por el deseo de cambiar de cama. Este quisiera sufrir frente al calefactor, y aquél cree que mejoraría junto a la ventana".

Charles Baudelaire

miércoles, 8 de junio de 2016



PALABRAS

(...)
Igual estoy enamorada de las palabras.
Son palomas que caen del techo.
Son seis naranjas sagradas en mi regazo.
Son los árboles, las piernas del verano,
y el sol, su cara apasionada.

Aunque me fallan seguido.
Hay tantas cosas que quiero decir,
tantas historias, imágenes, proverbios, etc.
Y las palabras no son suficientes,
las equivocadas me besan.
A veces vuelo como un águila
con alas de gorrión.

Pero trato de ser cuidadosa
y delicada con ellas.
Palabras y huevos deben manipularse con cuidado.
Una vez que se rompen, son cosas
imposibles de arreglar.

Anne Sexton


lunes, 6 de junio de 2016



"EL GRAN ASOMBRO. La curiosidad como estímulo en la historia de la filosofia"

                                           Jeanne Hersch

Cuando se lee un volumen de Historia de la Filosofia a menudo no se busca más que volver a tener un fresco general de la evolución del pensamiento desde sus inicios. Creo que es algo que debería hacerse de vez en cuando, porque siempre hay 
aquellos filósofos a los que uno vuelve una y otra vez porque ya le sedujeron en su día y se han instalado cómodamente en lo que 
uno considera sus libros de cabecera,pero seguramente hay otros que en el momento en que los abordamos se quedaron en la breve explicación resumida dentro del manual y no tuvimos ganas de tener una visión más amplia del corpus de su pensamiento. 

Y pasan los años, y somos otros. Y al volver a leer un compendio de filosofia sorprende que ahora quizás hay otros nombres que nos llaman la atención.  El mundo también es otro, y parece que dentro del escaparate haya voces antiguas que se hacen más urgentes que otras. 

Este repaso de 2000 años de historia del pensamiento es exactamente lo que se produce en esta obra exquisita de Jeanne Hersch, filósofa y escritora que además sabe poner un hilo conductor a su visión particular de cada filósofo y de cada escuela  de los que nos habla: el asombro. De esto trata en realidad esta obra deliciosa y entendible, de este primer asombro que produjo el nacimiento de la filosofia, el del hombre maravillandose ante lo que le rodea y haciéndose preguntas. Estremece imaginar a esos filosofos griegos asombrados ante todo y con su pensamiento como único instrumento para abarcar y comprender la realidad, sin un punto de partida con ideas anteriores, asombrados ante todo y sin posibilidad de leer nada de otros autores, solos con sus propias entrañas dispuestas a ser estrujadas para empezar a encontrar explicaciones ante los fenómenos. Solos, en realidad, con su propia extrañeza delante del mundo y una decidida voluntad de interrogarse y comprender. 

Del recorrido surgen joyas en forma de ideas. Herch sabe rescatar- y explicar prístinamente- algunas de relevantes de cada filósofo del que habla. Como en el caso de Karl JAspers (del que además fue asistente) y su explicación magistral de conceptos de transmisión y comunicación. Mientras que en el caso de la transmisión sólo hay un intercambio de información objetiva que permite que los hombres coordinen sus actividades en el mundo en el que se desarrolla su experiencia común, en la comunicación se produce lo que Jaspers llama "el combate amoroso". Como se trata de una comunicación "de existencia a existencia", la libertad de convicciones se convierte en un a condición indispensable para que se produzca este tipo de intercambio genuino,  pero a la vez esta misma libertad actúa como un obstáculo contante. Se entiende entonces la frustración que ocasiona el hablar buena parte de las veces, en ausencia de esta aceptación de la libertad del otro. Y acabamos transmitiendo más que comunicar.  Veáse éste sólo como un pequeño ejemplo de los  las aportaciones útiles y estimulantes que la capacidad de asombro ha logrado en algunos pensadores...

Y es que a lo largo de esta lectura se verifica una y otra vez que esta curiosidad ha sido siempre una de las fuerzas más poderosas para vencer la arrogancia de creerse con todas las respuestas y la suficiencia de una fe desmesurada en el progreso. Tenemos mucho que aprender de esta actitud de saber maravillarnos, abrazar la realidad cotidianamente con sorpresa, y que de esta sorpresa nazca también la voluntad de comprender. De todos los que han sabido asombrarse en el pasado, nos queda el legado de las obras de algunos que supieron como vehicular su pensamiento en palabras que han perdurado hasta nuestros días. Y sobretodo el modelo de una actitud de plantear los problemas aunque no se halle una respuesta satisfactoria del todo, de amar estos problemas incluso, y de hacer del pensar maravillados una forma de estar en el mundo que nos haga llevar existencias más plenas (y, por supuesto, más asombradas). 

Por Sílvia Ardévol