lunes, 10 de abril de 2017



SILENCIO: SE HABLA

Pasaba pocas veces
ese notar que las palabras,
ebrias de significados,
se desovillaran.

Y cuando sucedía
el mundo se paraba,
genuflexo ante el milagro,
del frote del contenido 
con su piel.


Por Sílvia Ardévol

sábado, 1 de abril de 2017



EL MALOGRADO, Thomas Bernhard

La búsqueda constante de la excelencia puede tener su lado perverso. Así lo muestra el malogrado, personaje Wertheimer que da título a la novela de Bernhard y que lleva este impulso hacia lo perfecto hasta su autodestrucción. Pero esa toma de conciencia de la propia mediocridad seguramente no habría tenido lugar sin esos tres minutos durante los que, desde la puerta de una sala de estudio del Mozarteum de Salzburgo, escucha a Glenn Gould tocar el aria de las Variaciones Goldberg. El triángulo de pianistas se completa con la voz del narrador que va ligando las otras voces  y soporta sin envidia ni admiración la excelencia de Glenn Gould, salpimientando su monólogo con el repetido y encapsulado, "decía, pensé", que va creando una especie de bajo que marca el ritmo del relato.

Se plantea así el tema del talento y de la infelicidad que produce tanto no tenerlo y como tenerlo, como bien lo ejemplifica el personaje de Gloud que tampoco encuentra satisfacción plena en lo que parece su genialidad natural, pues se siente un simple intérprete entre Bach y el piano. Y él, en lo que encontraría plenitud, seria en convertirse ni mas ni menos que en su Steinway. 

De hecho, la aparente neutralidad del narrador no es tal en realidad si se tiene en cuenta que él también abandona su carrera musical. Cierto que se consagra a las letras pero es su propia voz la que define las bibliotecas como "establecimientos penitenciarios" donde encerramos a los grandes del espíritu, porque al "espíritu, dondequiera que aparece, se le liquida y se le encierra." Los grandes pensadores acaban según el narrador/escritor encerrados en nuestros armarios de libros "desde los que, condenados para siempre a la ridiculez, nos miran fijamente." No parece un futuro muy halagüeño buscar abrazar la excelencia como escritor, después de descartar hacerlo como músico, para, en caso de conseguirlo, acabar encerrado en el establecimiento penitenciario que es una biblioteca y mirar fijamente desde esa ridiculez estática al lector. 

La mediocridad no es el único enemigo entonces, porque además, ¿no es cierto en realidad que el verdadero sufriente es el que más se acerca a la excelencia, sin atraparla? Después de escuchar la voz fustigante de Bernhard increpando contra la mediocridad e incluso exponiendo la tortura que representa ser bueno, ser muy bueno, sin ser el mejor, lo que acaba apeteciendo es posicionarse como espectador, en lugar de filtrear con intentos de genialidad que acaben retratando la propia medianía. Quien se encuentra en esa zona de acercamiento a lo genial y de ambigüedad tiende, como el personaje suicida Wertheimer, a alternar entre sobreestimar sus posibilidades y subestimarlas. Y ese roce con lo sublime transtorna.

 Quién sabe entonces si un talento que no tenga oportunidad de constrastarse sobreviva mejor que el que se ve eclipsado por otro mayor y no logra ya recuperar la perspectiva respecto a los logros propios.

Hay, además, el peso de las cosas dichas. Y en este caso hay una palabra, la que Glenn Gloud le dice a Wertheimer - al que  el narrador llama "típico hombre de callejón sin salida"- una sola palabra, "malogrado", y ocurre entonces que "decimos una palabra y aniquilamos a un hombre, sin tener conciencia de que le decimos a una persona una palabra mortal." Una palabra mortal pronunciada en un momento decisivo. Quizás el malogrado no se hubiera malogrado jamás si alguién con un talento superior al suyo lo le hubiera atravesado con un adjetivo atributivo letal.

El lector no se libra del aire irrespirable de estas ciudades austríacas que ostentan belleza podrida, todo parece permeado de esta mediocridad y envilecimiento. Las plagas del catolicismo y el socialismo no son las únicas causas, la misma falta de talento que lleva al amigo de Glenn Gould a su decadencia y muerte impregna los espacios mal ventilados de los mesones sucios. Las clases bajas, medias y altas, todos participan de la vulgaridad y de este no comprenderse unos a otros:

"En teoría comprendemos a las personas, pero en la práctica no las soportamos, pensé, la mayoría de las veces sólo tratamos con ellas de mala gana y las tratamos siempre desde nuestro punto de vista. Sin embargo, no deberíamos ver a las personas desde nuestro punto de vista, sino contemplarlas y tratarlas desde todos los puntos de vista, pensé, relacionarnos con ellas de forma que pudiérmaos decir que nos relacionamos con ellas, por decirlo así, de una forma totalmente imparcial, lo que sin embargo no se consigue, porque realmente somos siempre parciales hacia todos."

Bernhard emplea un monólogo en el que se confunde a quien se está dando voz. Y con este tono duro y cadencioso acaba subrayando la más triste y malograda certidumbre: que "todos somos capaces de todo, y básicamente también fracasamos en todo". 

Decía, pensé. 








martes, 28 de marzo de 2017



NOCTUARIO


El día ya no importa
si es hoy, ayer o mañana.

El noctuario era otra cosa:
justificarse la existencia
en un pulso cotidiano
del ser contra sí mismo.

Uñas contra la carne
que busca vencerse
y convencerse
de que todo puede verse
con los ojos vendados.

(Se abrazan las copas de los árboles,
en los bosques,
mientras se duerme).


martes, 21 de marzo de 2017




LA EXPULSIÓN DE LO DISTINTO

Byung-Chul Han


Podría paracer catastrofista en exceso vincular la crisis en la literatura -y en las artes en general- con la expulsión de lo distinto que se ha llevado a cabo en nuestra sociedad. Así lo expone Byung- Chul Han al considerar que uno de los rasgos esenciales de la poesía y del arte es precisamente el ansia de lo distinto.

Y es que el Otro queda demasiado lejos en la sociedad positiva que huye de todo lo que sea conflictivo. La comunicación actual tiende tanto al narcisismo que desaparece la invocación al TÚ tan necesaria en el poema que busca el diálogo con el Otro. Pero esta invocación, dice Han, no carece de riesgo, pues implica estar dispuesto a exponerse a su alteridad y a su extrañeza.  Como las máquinas, el sujeto está obligado a aportar rendimientos, por lo que sólo conoce dos estados: funcionar o fracasar. Aquí no hay lugar ni tiempo para el conflicto. ¿Cómo puede haber verdaderas identidades y, por tanto, verdaderas relaciones sin conflicto?

"Los conflictos no son destructivos. Muestran un aspecto cosntructivo. Las relaciones e identidades estables sólo surgen de los conflictos."

En este "infierno de lo igual", como lo llama Han, paradójicamente se da un peso desmedido a la autenticidad como valor. El neoliberalismo lo publicita como fuerza emancipadora y acaba convirténdose en una obligación hacia uno mismo que además se expresa a menudo en el consumo y necesita compararse constantemente con los demás. La singularidad, por el contrario, no precisa de la continua referencia narcisista y no necesita mostrarse como "distinto" con elementos que poco tienen a ver en realidad con la verdadera identidad.

"El yo como empresario de sí mismo SE PRODUCE, SE REPRESENTA Y SE OFRECE coomo mercancía."

Por si fuera poco, el ruido de la hipercomunicación sigue generando una falsa sensación de cercanía. Sin negatividad y con la presencia encadenada de "Me gusta", la comunicación  se convierte segun Han en un intercambio vacío de complacencias en la que no hay distancias y por tanto se hace imposible la verdadera cercanía. 

Las "dos bocanadas de silencio" del poema de Paul Celan pueden contener más proximidad, más lenguaje, que esta hipercomunicación:

"(...) (Si yo fuera como tú, si tú fueras como yo
¿No estuvimos
bajo un alisio?
Somos extraños.)

Las losetas. Encima,
Bien juntos, los dos
charco gris-corazón:
dos
bocanadas de silencio."


Esta conexión permanente tan atada al ruido de lo igual reprime los espacios de silencio y soledad en los que afloran las cosas que realmente merecen ser dichas. Y sólo despues de haber habitado estos espacios que, en el encuentro con el otro, escuchar deja de ser un acto pasivo porque consigue afirmar al otro en su alteridad. El oyente logra entonces convertirse en una caja de resonancia en la que el otro se libera hablando. Pero Han es muy pesimista respecto a que esto se consiga. Internet se ha convertido en una caja de resonancia de yoes aislados y profetiza Han que en el futuro habrá una nueva profesión que se llamará oyente. Alguien nos escuchará a cambio de pago porque ya no quedará nadie que nos escuche. 

Tiene que ser posible que, a pesar que la tendencia sea la expulsión de lo distinto, se sigan produciendo si más no pequeños intentos de re-adopción de todo lo que implique al otro en su singularidad. Y que en los menudos paraisos de lo distinto se celebren actos discretos como escuchar, entre dos bocanadas de silencio.


lunes, 27 de febrero de 2017




EL FIN DEL HUMANISMO



Hay variados criterios para determinar los momentos fundacionales de la humanidad y, también, su derrumbe. Carlos García Gual tomaba una bella imagen del final de la Ilíada como inauguración del humanismo occidental: Príamo va a suplicarle a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo. Cuando se arrodilla a sus pies e intenta besarle la mano y Aquiles no se deja, es la primera y única vez en todo el texto que Homero lo llama “el gran Príamo”. Aquiles lo levanta y contempla la grandeza de su enemigo, la belleza del guerrero, y en ese momento los dos se abrazan y se echan a llorar. La belleza ganando sobre los odios y las diferencias, uno de tantos posibles momentos fundacionales del humanismo occidental. No puedo evitar tener mi propio momento de derrumbe de este ideal: el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, utilizando como argumento para defender la evasión fiscal de grandes multinacionales en Luxemburgo: “Era legal, aunque no 

fuera ético”. Algo terminó aquel día en Europa si alguien pudo pronunciar estas palabras sin que se le cayera la cara de vergüenza.
— Sílvia Ardévol Sala. Girona.


Carta publicada en EL PAÍS en Domingo 26 de febrero 2017