miércoles, 23 de diciembre de 2015




ANOCHE SOÑÉ QUE ME MORÍA




"Anoche soñé que me moría.

Y era una muerte ridícula,
nada memorable,
de las que se inscriben con tiza gastada
en los muros olvidados de la historia.

(Si al menos el muro
fuera frontera de alguna cosa,
si al menos quisiera decir: ¡alto!
o, ¡adelante!
Pero el muro era una pared de margen
de "aquí acaba el camino"
o "a partir de allá otra cosa")

Soñé que me moría,
o mejor dicho, que me mataba.
Y era tan ridículo, matarse,
morirse, sin haber sido nada...
una nada siquiera tan importante
para dejar de ser algo.

Soñé que moría,
y lloraba,
como las piedras lloran
cuando el río las frota de soslayo.
Lloraba de las cosquillas que me hacía
el tiempo detenido
sobre los párpados cesados.

(Era ligera la muerte.
Pesaba lo que la cáscara de un caracol,
o todavía menos:
lo que la sombra de una uña cortada)

Y yo soñé que me moría,
y, desde fuera del calendario,
(de las tareas, de los hábitos)
desde ese morirme tan casi decidido,
soñé que miraba a la muerte convalesciente
y le lanzaba una última, levísima, sonrisa."


Por Sílvia Ardevol



                                         

martes, 10 de noviembre de 2015





          Novela de Ajedrez, Stefan Zweig



   Zweig escribió esta novela corta poco antes de sucicidarse en Brasil en 1942. Saber alzar la voz contra un régimen que todavía estaba en el poder en ese momento y sin conocer el desenlace de la Segunda Guerra Mundial se podría considerar un acto temerario. Pero para Zweig todo había perdido sentido. Como ya habia explicado en "El Mundo de Ayer"(escrito también desde el exilio y sin más documentación que la propia memoria)  todo  el sueño europeo se había desvanecido irreevocablemente. Y en "Novela de ajedrez" Zweig utiliza la metáfora del juego para denunciar sin tapujos los mecanismos que habian precipitado esta decadencia, protagonizados especialmente por el régimen nazi. Hay quien a querido ver en la confrontación de los dos jugadores una imagen de las fuerzas contrapuestas en Europa: por un lado, Czentoviv, campeón mundial de  ajedrez arrogante, analfabeto y sin ningún tipo de escrúpulo, y por otro,  el señor B., representativo de una clase social e intelectual quien, pese a conseguir ganar una primera partida, enloquece después al intentar entrar de lleno en el juego. Y es que los medios creados por el sistema nazi para anular al individuo logran incluso vencer la cordura de los seres más pensantes, desarmados finalmente ante un adversario tan corrosivamente manipulador. Hay detrás del régimen una voluntad de aniquilación del ser, de eliminar su facultad de razonar con claridad. 

   Esta intención queda denunciada y expuesta en las páginas relativas al enclaustramiento de B., en los cuatro meses que pasa encerrado, sin hacerle absolutamente NADA, sin que ocurra absolutamente NADA.  "Es bien sabido que nada en el mundo puede oprimir tanto el corazón del hombre como la nada", nos dice Zweig en boca de este mismo personaje. El vacío más absoluto: estar encerrado en una habitación, herméticamente aislada del mundo exterior. Una mesa, sí, pero una mesa que no sirve para nada cuando no se permiten tener libros ni periódicos, ni papel ni lápiz. La nada absoluta alrededor del alma y del cuerpo, sin reloj para medir el tiempo. Los sentidos despojados de estímulos, con la única compañía del propio 
pensamiento. "Pero incluso los pensamientos, por muy etéreos que parezcan, requieren un punto de apoyo, pues de lo contrario giran y giran en torno a sí mismos, en un torbellino sin sentido; tampoco ellos soportan la nada."

   De esta Nada parecerá poder librarse el personaje al vislumbrar en una de sus esperas previas al interrogatorio algo parecido a un libro en el bolsillo de una chaqueta. Las piernas le flaquean ante la posibilidad de hacerse con algo que le permita huir de su aislamiento, "palabras alineadas, renglones, páginas y hojas (...) perseguir y capturar pensamientos nuevos, frescos, diferentes de los míos". Pero lo que podría haber sido su salvación cuando ya está a punto de capitular ante la Gestapo resulta ser su perdición. Se trata de un libro de ajedrez, y de la reproducción de partidas magistrales en la Nada de su habitación y a continuación de partidas contra sí mismo, adoptando la postura de las negras y las blancas a la vez, entrará en una vorágine que lo conducinará a su enajenación total. 

  Éste acaba siendo el gran logro de los nazis. Zweig no sabe entonces si su gran logro definitivo. El ascenso de los totalitarismos en los años 20 y 30 ya había ido desmembrando el tejido espiritual europeo, que recibía ahora su golpe de gracia con un sistema que buscaba aniquilar del todo las facultades mentales de sus ciudadanos. Para alguien como Zweig además, que no era un hombre político sino sólo un escritor, esta ruptura entre palabra y verdad, entre significantes y significados, representaba el desmoronamiento definitivo de todo en lo que había creído. 

   Estando ya en Petrópolis, poco antes de suicidarse junto con su mujer Lotte, se sabe que Zweig y ella curiosamente mataban el tiempo jugando al ajedrez. Aún tuvo tiempo de escribir esta demoledora novela corta y de dejar escrito su testamento, una nota breve que encontró la policía junto sus cuerpos muertos y abrazados:

"Antes de dejar la vida por mi propia voluntad y en pleno uso de mis facultades mentales, me urge cumplir con un último deber: agradecer 
de todo corazón a este maravilloso país que es Brasil que nos haya ofrecido a mí y a mi trabajo una tregua tan bondadosa y hospitalaria. He aprendido a querer a este país más cada día y en ningún otro lugar me hubiese gustado más reconstruir de nuevo mi vida, una vez que el mundo de mi propia lengua se ha hundido para mí, y Europa, mi patria espiritual, se ha destruido a sí misma.

Pero una vez cumplidos los sesenta años haría falta una fuerza especial para empezar otra vez de nuevo. Y las mías están agotadas por los largos años de peregrinar sin patria. Por eso me parece mejor concluir a tiempo y con ánimo sereno una vida para la que el trabajo espiritual siempre fue la alegría más pura y la libertad personal el mayor bien sobre la tierra.

Saludo a mis amigos. ¡Ojalá puedan aún ver el amanecer! Yo, 
demasiado impaciente, me adelanto a ellos."


22 de febrero de 1942

Por Sílvia Ardevol

miércoles, 21 de octubre de 2015




        Yo, otro. Crónica del cambio

               Imre Kertész

  
  Parecería un diario, pero no lo es. Más bien se trata de un mosaico donde el autor recoje sus impresiones  mientras recorre distintos escenarios centroeuropeos y en los que el denominador común es la mirada de un apátrida desengañado con lo que a los colectivos se refiere, que detiene la mirada en el individuo que tiene enfrente, pero que asume que "todo entender es un malentendido". En estas arenas movedizas se mueven siempre las afirmaciones de Kertesz, hasta con sus propias percepciones: " Aquellas mañanas vienesas irrecuperables, irrepetibles, ¿las disfruto lo suficiente? ¿No soy tal vez demasiado estúpido para ser feliz?"

  Esta sinceridad proyectada también hacia lo que seria su vida ideal, teñida hasta el último rincón de desprendimiento: "Creo que siempre he querido vivir así: en un agradable piso alquilado (que no sea mío), entre muebles acogedores (que no sean míos), sin un hogar, con independencia, haciendo lo que me toca (en este caso traducir a Wittgenstein), en el extranjero, en un lugar donde me acompañan recuerdos de hechos que imagino, pero que tal vez nunca existieron..." 

  Parecería que después de haber estado en Auschwitz uno hubiera de construir su identidad invariablemente sobre ese suceso. Pero el "yo" es un proceso en contrucción marcado por tantos otros acontecimientos. "Todos preguntan sobre Auschwitz", dice, "y eso que debería hablarles de las vulgares alegrías de la escritura... comparado con ellas, Auschwitz es una extraña e inabordable trascendencia." La vida se presenta entonces como la novela de formación de la que uno es protagonista. 

  Y la felicidad una dicha para la que hace falta un talento especial. Kertesz gusta de citar a Camus, para quien la felicidad era una obligación. Pero Kertesz añade, de forma muy significativa: "¿ante quién estamos obligados, ante nosotros mismos, ante nuestros prójimos, ante Dios tal vez?"

  Estas notas reflejan no obstante, que su gran batalla campal es contra la ligereza. La enemiga verdadera de esta felicididad 
obligatoria, aunque no sepamos ante quién ni ante qué. Por eso puede definir la felicidad -la suya- de una manera tan hermosa: "la ligereza de llevar una carga (...) cuando el hecho asombroso de la existencia se filtra por un fugaz instante a través de las imágenes de la vida y el color verdadero colorea los colores."

  Su visión de la muerte también es trágica pero no en el sentido habitual. Su parte más dolorosa viene al tomar conciencia el moribundo que durante cuatro, cinco, seis, siete, hasta ocho décadas se ha estado engañando. La perplejidad invencible de esta lucidez, y que al darse uno cuenta de que su vida haya sido un error no pueda siquiera considerar la muerte como una rectificación digna de ese error. 

  De ahí su consideración de postular vivir así, de manera intempestiva y trágica, como si solo dispusieramos de "lánguidas vidas de larva"(...)  a las que solo les ha sido concedido  "un único y breve verano entre dos vidas"

Por Sílvia Ardévol

sábado, 10 de octubre de 2015




EL  CUARTO, Mark Strand

Es la historia de siempre, la manera en que ocurre
a veces en invierno, a veces no.
Quien la escucha se ha dormido,
las puertas del armario de su infelicidad se abren

y entra en su cuarto la desgracia-
muerte al amanecer, muerte al anochecer,
sus alas de madera agitan el aire,
sus sombras, la leche derramada que llora sobre el mundo.

Hay necesidad de finales sorprendentes;
el verde prado donde las vacas arden como papel impreso,
donde el granjero se sienta y mira,
donde nada, cuando ocurre, es demasiado terrible.
«Donde quiera que esté soy aquello que falta».




(The Room by Mark Strand

It is an old story, the way it happens
sometimes in winter, sometimes not.
The listener falls to sleep,
the doors to the closets of his unhappiness open

and into his room the misfortunes come --
death by daybreak, death by nightfall,
their wooden wings bruising the air,
their shadows the spilled milk the world cries over.

There is a need for surprise endings;
the green field where cows burn like newsprint,
where the farmer sits and stares,
where nothing, when it happens, is never terrible enough.)





domingo, 27 de septiembre de 2015


Woman sitting on a swing. Hagia Triada, Late New Palace period (1450-1300 B.C.),
                                              Heraklion Archaeological Museum, Crete.


 The Swing

(Se columpia sin cabeza
alguien que algun día la tuvo)

Salió del laberinto
y con gesto balanceoso
una niña antigua
desafió al Minotauro.

Sujeta en dos pilares
con brazos arcaicamente temblorosos
estira las piernas muertas
hacia el espectador futuro de la historia.

Desde el ahora
la miro atenta y aterrida
con sus dos pájaros a lado y lado
los mismos que picotearon la fruta
del árbol de la vida.

La niña de piedra
me sonríe sin cabeza
desde su instante detenido
desde su eternidad efímera
y me manda desde muy ayer
un balanceo modélico
un suspenderse en sólido
una belleza que, alargándose,
me toca, y me hiere.

Por Sílvia Ardévol





martes, 22 de septiembre de 2015



  CONFERENCIA DE CARLOS GARCÍA GUAL,
 Girona 26 de marzo 2015

         "¿Porqué leer a los clásicos?"


   Hay conferencias a las que uno asiste sabiendo la respuesta a la pregunta que plantean. Con un tema así, "¿por qué leer a los clásicos?" parece que a uno le sobren razones más bien y que nada muy nuevo pueda ser aportado. Pero no se trataba de novedades de lo que García Gual venía a hablar, si no de arrojar brillo a una cuestión mascada pero no resuelta, en una época en que la mayoría de los saberes se miden por su pretendida utilidad. 

   En una sociedad además atacada de "PRESENTISMO" dijo Gual, con su idea del mundo limitada al presente, se hace más urgente que nunca hacer del legado intelectual un hilo de Ariadna del que saber tirar para orientarse mínimamente. Los clásicos además vienen a proporcionar una visión de la humanidad individualizada que el mundo apresurado de hoy tiene a diluir en masa. 

   Se entretuvo García Gual con una descripción vívida y bella de la escena que considera la fundación del humanismo occidental: al final de la Ilíada, Príamo va a suplicarle a Aquiles que le devuelva el cadaver de su hijo. Cuando se arrodilla a sus pies e intenta besarle la mano y Aquiles no se deja, es la primera y única vez en todo el texto que Homero lo llama "el gran Príamo". La grandeza de Príamo se subralla precisamente en ese momento. Aquiles lo levanta y contempla la grandeza de su enemigo, la belleza del guerrero, y en ese momento los dos se abrazan y se echan a llorar. La belleza ganando sobre los odios y las diferencias... ¿a alguien le puede quedar alguna duda de porqué leer a los clásicos?

   Parece además que al toparse con personajes de esta envergadura, con sus pasiones, sus contradicciones, sus miserias, uno se sienta arropado por el hecho de que desde tan atrás el ser humano haya sido el mismo. Y a la vez deja de mirarse el ombligo centrado en una subjetividad mal entendida.

  Leer a los clásicos es una actividad inagotable dijo Gual y casi se podría añadir que en cada relectura algún matiz nuevo aparece que revela un pliege más de la pasta de la que está hecho el ser humano. 

   Dejó anotado Elias Canetti en sus Apuntes "Me interesan los hombres de carne y hueso y me interesan los personajes. Aborrezco los híbridos de ambos". En una época donde los híbridos abundan, que placer es dejarse recordar la gran contribución que pueden hacernos los personajes clásicos para comprender un poco más la condición humana, siempre con los ojos abiertos (y los oídos atentos) a los hombres de carne y hueso. Que, si además son sabios y humildes como Gual, escucharlos ensancha. 

Por Sílvia Ardévol

lunes, 14 de septiembre de 2015




LA VÍCTIMA, Saul Bellow




Los antihéroes de Bellow siempre resultan algo entrañables.  Como judíos americanos, no puedes evitar mientras lo lees imaginar a un Woody Allen encarnado en personaje paranoico y lúcido a la vez, capaz de autosatirizarse en cada frase. Leventhal, el protagonista de "La Víctima" encarna una vez más este perfil excéntrico e inteligente, desencantado con la vida. Pero esta vez el lector recorre su espiral de miedo y paranoia al toparse con un "gentil" con el que se supone que esta en deuda por haberle hecho perder su empleo tres años atrás. Hasta aquí el argumento. El resto es un regodeo interminable en reflexiones sagaces y divertidas, descripciones de personajes secundarios con matices agudísimos, y en general una sensación fresca, de prosa que arrastra sola, sin recovecos. 

Hay dos de estas elocubraciones antológicas en esta obra que quisiera destacar como las más brillantes. Hablando del sueño y del aburrimiento, dice Leventhal que en todas las personas había algo contra estas dos tendencias. Y de ahí tira del hilo de su pensamiento con la disertación cómica del hombre como a la carrera con un huevo sobre la cuchara: 

"Estábamos todo el tiempo cuidándonos, guardando, almacenando, vigilando por un lado y por otro, y al mismo tiempo corriendo, corriendo desesperadamente, corriendo como si estuviéramos en una carrera con un huevo sobre la cuchara. "

Hasta aquí bien, retrato histriónico del absurdo de la vida acelerada, en lucha permanente contra el tedio. Pero Leventhal prosigue:

"Y a veces estamos hartos del huevo, incapaces de aguantar más, y en tales momentos preferiríamos pasarnos al demonio o a lo que llaman el poder de las tiniblas, antes de correr con la cuchara, vigilando el huevo, temiendo por el huevo."

Aquí el absurdo de nuestro paseo por la vida, "temiendo por el huevo" ya adopta tintes tragicocómicos. Y aún hay más: 

"El hombre es débil y frágil, necesita determinadas cantidades de todo: agua, aire, alimentos; no puede comer ramas y piedras; tiene que evitar que se le rompan los huesos y perder toda su grasa. Esto y aquello. Acumula azúcar y patatas, escobde dinero en el colchón, procura no herir sus propios sentimientos siempre que puede, y se esfuerza y toma precauciones. Todo esto se podía decir, en bien del huevo. ¿Morir, entonces, es echarlo todo a perder? ¿Pudrirse? Y el juicio final, ¿mirar el huevo a trasluz?

Vidas pequeñas, apresuradas, cuya rendición de cuentas, al final de las mismas, consiste solo en mirar al trasluz un contenido insignificante, ese huevo que hemos sostenido de acá para allá, como si nos fuera todo en ello.  El propio Leventhal le parece divertido y ridículo el planteamiento: 

"(...) rió en voz baja y se frotó la mejilla. También existía la situación contraria, jugar con el huevo, arrojándolo de unas manos a otras, amenazar al huevo."

La otra gran idea que aparece en el libro y que me parece de un acierto insólito es su reflexión sobre lo que mueve al ser humano: 

"Había que brillar. Eso era lo curioso. Todo el mundo quería ser lo que era hasta el límite." 

Desde los grandes éxitos hasta los delitos o los vicios, todo acaba siemdo el resultado de querer llevar hasta el límite lo que uno es. O lo que uno cree ser. Es posible que nos equivoquemos respecto nosotros mismos y todo y con eso acabemos llevando hasta al final esta equivocación, para bien o para mal. 

De este tamaño las suelta Bellow, como quien no quiere la cosa, interrumpiéndote la caracajada con estas dosis de clarividencia. Es representativa de este stilo suyo la historia que Bellow contó en una entrevista:

" A un hombre sabio le hacen la siguiente pregunta: '¿Cuál es la diferencia entre la ignorancia y la indiferencia?' y el hombre sabio responde: 'No sé y no me importa'". 

Mejor no se puede explicar. De este tipo de sabiduria van sus libros, de las bodas entre el ingenio y la mordacidad, entre la desilusión y el vitalismo. 

sábado, 22 de agosto de 2015



                                                                 LA COMUNIDAD

"Somos cinco amigos; cierta vez salimos uno detrás del otro de una casa; primero vino uno y se puso junto a la entrada; luego vino, o mejor dicho, se deslizó tan ligeramente como se desliza una bolita de mercurio, el segundo, y se puso no lejos del primero; luego el tercero, luego el cuarto, luego el quinto. Finalmente, todos estábamos de pie, en una línea. La gente se fijó en nosotros y saludándonos decía: los cinco acaban de salir de esa casa. Desde entonces vivimos juntos, y tendríamos una vida pacífica si un sexto no viniera siempre a entrometerse. No nos hace nada, pero nos molesta, lo que va es bastante; ¿por qué se introduce por fuerza allí donde no se le quiere? No lo conocemos y no queremos aceptarlo con nosotros. Nosotros cinco, la verdad, tampoco nos conocíamos antes y, si se quiere, tampoco nos conocemos ahora, pero lo que es posible y admitido entre nosotros cinco es imposible e inadmisible en ese sexto. Además, somos cinco y no queremos ser seis. Por otra parte, qué sentido puede tener esta convivencia permanente, si entre nosotros cinco tampoco tiene sentido, pero nosotros ya estamos juntos y seguimos estándolo, pero no queremos una nueva unión, precisamente en razón de nuestras experiencias. Pero ¿cómo enseñar todo esto al sexto, puesto que largas explicaciones implicarían una aceptación en nuestro círculo? Es preferible no explicar nada y no aceptarlo. Por mucho que frunza los labios, lo alejamos empujándolo con el codo; pero por más que lo hagamos, vuelve siempre otra vez."                                      
Franz Kafka, 1920.

Leo este cuento breve de Kafka y no puedo evitar asociarlo con las trágicas escenas de imigrantes llegando a las costas de Europa. Resultaba que aquí éramos "5 amigos" y no queríamos ser 6. De entrada la arbitrariedad de lo que constituyen nuestras fronteras podría quedar magistralmente representado por el azaroso salir y entrar en una casa de estos 5 personajes de Kafka: van uno detrás de otro hasta que hay alguine que los identifica juntos y les saluda como a grupo. Así se formó Europa también, a lo largo de los siglos, mezclando sangre árabe y judia, barbara y germánica, hasta que alguien vino, levanto la mano para dirigir un saludo a esa amalgama de identidades y dijo: los europeos. Pero resultaron ser 5, y no 6. Y lo que es "posible y admitido" por estos 5, es "imposible e inadmisible" para el caso de su sexto. Lo que es más: no queremos ser 6. La intromisión de este otro elemento nos quita paz," no lo conocemos y no queremos aceptarlo con nosotros". ¡Y eso que nosotros "tampoco nos conocíamos antes, y si quiere, tampoco nos conocemos ahora"!
Los símiles asustan, sobre todo al avanzar hacia el absurdo, el sinsentido tanto de ser 5 como de ser 6 en este espacio de 
convivencia etiquetada...feroz final que implica que sobran incluso las explicaciones largas sobre el porqué un sexto no es aceptado, puesto que estas explicaciones largas ya implicarían un primer paso de aceptación.  Mucho mejor seguirlo alejando, a golpes de codo o a golpes de leyes estúpidas.
Sin embargo, no debemos olvidar en nuestra pacífica y absurda convivencia europea, que el sexto siempre vuelve otra vez. Aunque sea con otras caras y otros nombres. Y mientras, nuestro Mediterraneo se llena de cadáveres, marcados con el número 6. 


Por Sílvia Ardévol

viernes, 10 de julio de 2015





KERTESZ, "YO OTRO"


         "Yo: una ficción de la que a lo sumo somos coautores"

jueves, 25 de junio de 2015




      "Jakob von Gunten", Robert Walser


  Hablar de un autor que sobresalió en el arte de pasar inadverdido no es cosa fácil. Uno se lo imagina con rostro de desaprovación ante cualquier elogio, porque  Robert Walser sentía como dijo de él Canetti una "profunda e instinitiva aversión por cualquier tipo de ALTURA." Como lo que más le gustaba en el mundo era pasear, quizás la alabanza que más bien digiriera sería la de decir que su escritura se asemeja en cierto modo a un paseo. Pero no a un paseo aburgesado, colgado del brazo de alguien señorialmente, si no más bien al vagabundeo reflexivo, solitario, de quien sabe mirar las cosas cotidianas con asombro y dotarlas de un cierto misterio al contarlas. 

  Así es su escritura también en Jakob von Gunten, una historia centrada en el Instituto Benjamenta, una escuela para mayordomos en realidad dedicada a la formación de perfectos ceros a la izquierda. El Instituto Benjamenta pretende inculcar en sus alumnos paciencia y obediencia, dos cualidades que dice Walser ya en las primeras líneas de su novela "prometen escaso o ningún éxito". 

  En el Instituto Benjamenta los alumnos hablan de bobadas, pero es revelador el concepto del lenguaje que tiene Walser y que queda quizás expuesto en lo siguiente: "a veces también tocamos temas serios, pero evitando las palabras solemnes. Las palabras bellas son demasiado aburridas." Ésta es la sensación que desprende cuando se le lee, que está abordando cuestiones elevadas pero siempre en un tono intrascendente, incluso burlón. Como cuando habla de las ideas, "¿de qué le sirven a un hombre sus ideas y ocurrencias si no sabe que hacer con ellas?"

  Jakob, el personaje principal que da título a la novela, se define a sí mismo como un "tonto de primera" que después de su paso por el 
Instituto consigue seguirlo siendo, "con más jovialidad y 
refinamiento."

  Sin desperdicio su currículum, después de presentarse dice: "el infrascrito no espera absolutamente nada de la vida. Desea ser tratado con severidad para saber que signinfica tener que dominarse." O el encuentro con su hermano Johann y sus consejos. "Empieza desde muy abajo", le dice. "Porque mira, una vez arriba apenas si vale la pena vivir (...) En las alturas se respira un aire... Predomina la sensación del haber-hecho-bastante, y eso oprime y paraliza."

  Uno no tiene la sensación de estar leyendo una crítica a la sociedad contemporánea con Walser, más bien la de irse paseando por las percepciones de alguien que no se toma a sí mismo ni a los demás demasiado en serio. Expone lo ridículo y lo cómico del comportamiento humano sin momentos epifánicos ni reflexiones huesudas. 

  Es revelador que a Walser la muerte le sorprendiera en uno de sus paseos cotidianos, cuando ya hacia tiempo que había ingresado en un manicomio por propio pie. Lo encontraron unos niños, congelado en la nieve, con su largo abrigo negro. Quizás antes de morir le vino a la mente la reflexión que había puesto en labios de su personaje Jacob: "¿No volveré nunca a ver un pino de montaña? Tampoco sería una desgracia. Carecer de algo también tiene fragancia y energía." Hasta la muerte parece haber sido un incidente insignificante más en este hombre que había encontrado su dicha en la sencilla y antigua 
delicia de caminar.

  Al resto de paseantes nos resuena una de las frases más lúcidas de su novela, que termina con una interrogación incómoda: "La masa es el esclavo de nuestro tiempo, y el individuo, el esclavo de la grandiosa idea de masa. Ya no hay nada bello ni excelente. Lo bello, lo bueno y lo justo has de soñarlo tu mismo. Dime, ¿sabes soñar?"

Por Sílvia Ardévol


 

martes, 23 de junio de 2015




solos los dos, 
y unidos por el frío
que apenas roza brillante envoltura
solos los dos 
en esta pausa eterna del tiempo 
que nada sabe ni quiere, 
pero dura como la piedra, 
solos los dos, y amándonos
sobre el lecho de la pausa, 
como se aman los muertos

Leopoldo María Panero

miércoles, 17 de junio de 2015




Muerte en Venecia o Los Perros en el Sótano

Perros encarcelados abajo
siempre abajo y muy adentro
silenciados por el imperativo resbaloso
de la vida decente.

¡Y que decente era la vida
con los perros atados en el sótano!
Tan irreprochable esta vida
con la falda por debajo de la rodilla
(y por debajo, trepando por las nalgas,
el gemido enloquecido
de los perros encerrados).

¿Por qué no los matabas?
Así, puestos en fila, 
uno detrás de otro,
que vayan pasando,
tiro en el pecho,
cada uno fuera, 
muertos los perros
muertos sus berridos angustiados
de encarcelamiento.

Pero no, era mejor vivir
con los perros en el sótano.
Porque vivir decentemente
se subrayaba cada vez
que el asomo de un perro
interrumpía tu calurosa siesta.

Para que hubiera un orden,
¡qué bien iba un Tadzio que desordenara!
Los perros en el sótano
recordando cuan bueno y decente es uno...

Y así, despacio,
de cada ladrido ahogado, un verso.
De cada vuelta de llave
a la puerta de hierro de la costumbre,
un monumento literario que se erige,
y que te sobrevive.


Por Sílvia Ardévol

martes, 9 de junio de 2015



No perder nunca de vista el diagrama de una vida humana que no se compone, por más que se diga, de una horizontal y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que fue.” 

Marguerite Yourcenar, "Memorias de Adriano"


viernes, 5 de junio de 2015




"Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir: es recordar hoy lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida.

  Apagarlo todo en el cuadro de un día para otro, ser nuevo con cada nueva madrugada, en una revirginidad perpetua de la emoción: esto, y sólo esto, vale la pena ser o tener, para ser o tener lo que imperfectamente somos.

  Esta madrugada es la primera del mundo. Nunca este color rosa amarilleciendo para blanco caliente se ha posado así en la faz con que el caserío del oeste encara lleno de ojos vidriados el silencio que viene en la luz creciente. Nunca hubo esta hora, ni esta luz, ni este ser mío. Mañana, lo que sea será otra cosa, y lo que yo vea será visto por unos ojos recompuestos, llenos de una nueva visión."

               Fernando Pessoa, Libro del Desasosiego

miércoles, 3 de junio de 2015




        Los Judíos y las palabras, Amos Oz

  La preponderancia que ofrece el mundo judío a la palabra y al discurso queda extraordinariamente subrallada con este libro a cuatro manos elaborado con erudición y simpatía por Amos Oz y su hija. Con su relato se entiende mejor también a toda una generación de judíos intelectuales europeos que arrastran un enorme bagaje cultural sin identificarse necesariamente con el conjunto de creencias de la religión judía. La lengua hebrea en sí, señala Oz, permite que uno se situe literalmente en el flujo del tiempo con espalda hacia el futuro y rostro hacia el pasado. Y desde este posicionamiemto está claro que se tiene, si más no, una visión particular de la historia. Es fascinante el análisis que lleva a cabo de algunos conceptos hebreos, la carga semántica que llevan y como se verifica una vez más como cada lenguaje presenta un patrón mental y una manera de entender el mundo. De un idioma del que un artículo de wikipedia dice "extinto como lengua natal desde el siglo IV d E.C.; renacido en la década de 1880" Oz  nos dice que nunca estuvo muerto, que siempre hubo personas capaces de escribir incluso comunicarse con él. 

  El énfasis de los judíos en la formación puede deberse al papel esencial que ha jugado en su supervivencia colectiva. El conjunto de relatos y experiencias gestados durante siglos deben transmitirse como antorcha a la siguiente generación, que a su vez deberá salvaguardar y transmitir a sus hijos la sabiduría acumulada. Con el paso de los siglos los judíos emigraron, se trasladaron, corrieron, "pero llevando siempre los libros a sus espaldas."

  Pero no es una formación en el estilo convencional. El plantear preguntas es uno de los entretenimientos predilectos en la tradición judía. Ya en la Biblia aparecen una y otra vez, desde los mismos inicios de la historia, cuando Caín responde a una pregunta con otra pregunta: "¿soy acaso el guardián de mi hermano?" Lo más curioso es que en hebreo no existe el signo de interrogación, pero la Biblia está llena de qués, cómos, cuándos y porqués, hasta en sus formas retóricas y por parte del mismo Creador. 

  Ahora bien, desde los inicios del sellado de  la Biblia se produjo una tensión entre el modelo conversacional prolífico en debates de sabios creativos y discutidores frente al de los sacerdotes aferrados a los textos. Esta tensión no deja de ser reflejo sin embargo del gusto de la tradición judía por la palabra. En este sentido su papel es fundamental en la inovación intelectual, ya que este placer dialéctico, este espolear al alumno para que se 
levante contra el maestro y pueda demostrarle hasta cierto punto que está equivocado, ha tenido segun Oz un papel relevante en la 
historia de las ideas. Véanse como ejemplos los casos de Marx, Freud o Einstein. Sin una inclinación a debatir y a poner en question las verdades establecidas nunca hubieran formulado en sus ámbitos las ideas a las que dieron luz, aunque después se haya hecho un mal uso de las mismas. 

  Este gusto por el debate también ha generado que la locuacidad se hayan ido convirtiendo en un elemento característico del judío. Y una habilidad estrechamente relacionada con el uso de las palabras es el humor. "A menudo mordaz, incluso automordaz y a veces abiertamente autodesdeñoso, el yiddish hizo del humor judío un arte, y Groucho Marx y Woody Allen lo transfromaron en una marca universal." Y es que los judíos han sabido hacer también que  sus miedos y cóleras puedan estallar en muestras extraodinarias de ingenio. 

Cuando uno cierra el libro, le entran ganas de correr a investigar si en alguno de sus apellidos ronda algo de sangre de esta cultura tan verbosa y particular, que goza de una relación tan especial con las palabras desde siempre. 

Por Sílvia Ardévol

viernes, 29 de mayo de 2015



                                     Richard Sennett, Juntos

  Saber que Sennett fue músico antes que sociólogo hace acercarse a su idea del Homo Faber con otros ojos, porqué quien ha tocado en una orquestra puede hablar con propiedad de lo que es la cooperación. En JUNTOS desentraña su misma esencia, pues parte de los todos los pasos previos que pueden favorecerla. 

  La cooperación es imposible sin una comprensión de la otredad, y aquí entran dos conceptos fundamentales: la dialéctica y la dialógica. En la primera, el juego verbal ha de conducir poco a poco a una síntesis, detectar un fundamento común que haga llegar a una conclusión compartida. No es este el caso de la dialógica. En este término acuñado por el crírico literario ruso Mijaíl Bajtín la idea es solamente comprender al otro. Y para ello hace falta activar todos los mecanismos de percepción, estar atento a los gestos, a las palabras no dichas con el objetivo único de entender del todo lo que el otro comunica. 

  Pero ¿qué sucede cuando se hace evidente que esta comprensión es imposible? Sennet lo ilustra magistralmente con las palabras de Montaigne: "Cuando juego con mi gata, ¿cómo sé que no es ella la que juega conmigo?"  Al trabajar juntos, a menudo será obvio que no entendemos del todo lo que pasa por el corazón y la mente de los demás. Pero igual que Montaigne siguió jugando con su gata a pesar de no saber quien jugaba con quien, la ausencia de comprensión mutua no debería llevarnos a eludir el compromiso con los demás, dice Sennet.  Segun Montaigne también, un gran enemigo de la conversación bien hilada que favorezca la comprensión es la asertividad. En una época en que hasta se imparten cursos de asertividad en escuelas de negocios sorprende la afirmación de Montaigne que odiaba "el fetiche de la aserción" ya que esta elimina directamente al oyente.

  Por ello disfrutaba con los demás de conversaciones dialógicas más que de argumentos dialécticos, mostrando interés por los otros tal y como son. Es sorprendente que aplicara también este principio a su escritura. Sus escritos se llaman "ensayos" contraponiéndolos a "resultados". Montaigne "ensayaba" opiniones al hablar y escribir, sus reflexiones no son concluyentes, abren perspectivas inesperadas en lugar de afirmar posiciones. El formato en fragmentos inhibe la agresividad del lector y rebaja su temperatura emocional con lo que sus reacciones pueden ser más objetivas. 

  En unos de sus ensayos dice Montaigne: "Nuestro yo es un objeto lleno de insatisfación, en el que no encontramos otra cosa que 
desgracia y vanidad. "Sennet subralla que quizás ante esta vanidad 
que nos domina, el único impulso sano sea el de la curiosidad, empujar la mirada hacia afuera. Este mirar más allá de uno mismo puede contribuir más a crear un vínculo social que el imaginar a los demás como reflejo de nosotros mismos. 

  El modelo de Montaigne, quien a pesar de saber que la comprensión total era una utopia seguía sintiendo  curiosidad hacia el otro, debería ser según Sennet el patrón a seguir. Y seguir jugando y trabajando con los demás, sean gatos o hombres, aunque no sepamos si jugamos nosotros con ellos o viceversa. 

Por Sílvia Ardévol

jueves, 21 de mayo de 2015



Marcel Proust 

"La felicidad le resulta salutífera al cuerpo, pero es la pena la que desarrolla las fuerzas de la mente. Por lo demás, aunque no nos descubriese en todas las ocasiones una ley, no por ello dejaría de ser indispensable para encauzarnos hacia la verdad en todas las ocasiones y obligarnos a tomarnos las cosas en serio, arrancando en todas esas ocasiones las malas hierbas de los hábitos, del escepticismo, de la superficialidad y de la indiferencia. Cierto es que esa verdad, que no es compatible con la felicidad ni con la salud, no siempre lo es con la vida. La pena mata a la postre. Con cada pena demasiado grande notamos que se abulta otra vena más, que va desarrollando su sinuosidad mortal por la sien o por de bajo de los ojos. Y así es, poco a poco, como aparecen los estragos en esos terribles rostros de Rembrandt viejo, de Beethoven viejo, de los que todos se reían". (vol. VII, La Recherche))

martes, 19 de mayo de 2015



Nuccio Ordine, "La utilidad de lo inútil. Manifiesto."

"Lo que permanece lo fundan los poetas", Hölderlin.

El último año de filología inglesa tuve una compañera de clase peculiar. Era una carrera ligeramente más práctica que otras de letras -¡que útil es hoy en día, saber inglés!- por lo que el ambiente predominante no era siempre de pasión por el estudio. El caso de Maria era distinto, tenía más de 90 años y aún recuerdo sus ojos curiosos y su mano alzada constantemente para preguntar. Se presentaba incluso a los exámenes finales.

- ¿Para qué te va a servir? 
- Para saber un poco más antes de morir- contestaba, sonriente. 

Y hacía pensar en  Sócrates, que mientras le preparaban la cicuta aún se ejercitaba con una flauta para aprender una melodía...para algo tan inútil y bello como "sabérsela antes de morir."

¿Qué significa "útil"? Según Ordine, "todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores", aunque no produzca ganancias inmediatas o beneficios prácticos. Aquí entran el saber y las humanidades, consideradas justamente "inútiles" en un sistema capitalista centrado en la productividad.

Los tiempos actuales parecen haber relegado a un segundo plano todo lo que no resulte en ganancia económica, afectando incluso el planteamiento universitario, imprengnado del "universo del utilitarismo" en que "un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía".

¿En que momento el ser humano se alza del FERITAS a la HUMANITAS? El japonés Kazuko Okakura señala poéticamente que eso sucede con el 
descubrimiento de lo inútil, algo tan inútil como el amor por las flores:

"Al ofrecer a su amada la primera guirnalda, el hombre primitivo se eleva sobre la bestia; saltando sobre las necesidades burdas de la naturaleza, se hace humano; percibiendo la sutil utilidad de lo inútil, entra en el reino del arte"

En un mundo en que parece que todo se pueda comprar, el saber aparece como una afrenta al supuesto omnipotente dinero. No se puede adquirir conocimiento solamente pagando, hace falta esfuerzo individual y una pasión inagotable, y nadie puede hacer el recorrido por nosotros. El saber supone un verdadero desafío a las leyes del mercado, y Ordine llena su "libro- manifiesto" de citas en las que la aparente inutilidad del arte y las humanidades se inflama de propósito.
No aparecen sólo hombres de letras. Resulta reveladora la cita de 
Keynes, padre de la macroeconomía:

"Una vez más debemos valorar los fines por encima de los medios y preferir lo que es bueno a lo que es útil. Honraremos a todos cuantos puedan enseñarnos cómo podemos aprovechar bien y virtuosamente la hora y el día, la gente deliciosa que es capaz de disfrutar directamente de las cosas, las lilas del campo que no trabajan ni hilan"

Y es que la belleza puede estar incluso reñida con utilidad. Lo más hermoso quizás sea lo que no sirve para nada, como lo expresa Gautier al decir que precisamente "el rincón más útil de una casa son las letrinas". Y no precisamente el más bello.

Este afán de saber y indagar sin objetivo inmediato práctico puede resultar en vidas más plenas e intercambions más ricos. Montaigne lo declaró en una bellísima página de los Ensayos (...) "el mundo es sólo una escuela de indagación. Lo importante no es quién llegará a la meta, sino quien efectuará 
las más bellas carreras."

En efecto, frecuentar a las Musas, ayuda a vivir mejor.  Y seguramente también a efectuar una más bella e "inútil" carrera. Mientras tanto resuena en Occidente la risa estridente de Demócrito,
 que se ríe del hombre, que "se esfuerza por poseer cada vez más para ser cada vez menos." 

Por Sílvia Ardévol