miércoles, 3 de junio de 2015




        Los Judíos y las palabras, Amos Oz

  La preponderancia que ofrece el mundo judío a la palabra y al discurso queda extraordinariamente subrallada con este libro a cuatro manos elaborado con erudición y simpatía por Amos Oz y su hija. Con su relato se entiende mejor también a toda una generación de judíos intelectuales europeos que arrastran un enorme bagaje cultural sin identificarse necesariamente con el conjunto de creencias de la religión judía. La lengua hebrea en sí, señala Oz, permite que uno se situe literalmente en el flujo del tiempo con espalda hacia el futuro y rostro hacia el pasado. Y desde este posicionamiemto está claro que se tiene, si más no, una visión particular de la historia. Es fascinante el análisis que lleva a cabo de algunos conceptos hebreos, la carga semántica que llevan y como se verifica una vez más como cada lenguaje presenta un patrón mental y una manera de entender el mundo. De un idioma del que un artículo de wikipedia dice "extinto como lengua natal desde el siglo IV d E.C.; renacido en la década de 1880" Oz  nos dice que nunca estuvo muerto, que siempre hubo personas capaces de escribir incluso comunicarse con él. 

  El énfasis de los judíos en la formación puede deberse al papel esencial que ha jugado en su supervivencia colectiva. El conjunto de relatos y experiencias gestados durante siglos deben transmitirse como antorcha a la siguiente generación, que a su vez deberá salvaguardar y transmitir a sus hijos la sabiduría acumulada. Con el paso de los siglos los judíos emigraron, se trasladaron, corrieron, "pero llevando siempre los libros a sus espaldas."

  Pero no es una formación en el estilo convencional. El plantear preguntas es uno de los entretenimientos predilectos en la tradición judía. Ya en la Biblia aparecen una y otra vez, desde los mismos inicios de la historia, cuando Caín responde a una pregunta con otra pregunta: "¿soy acaso el guardián de mi hermano?" Lo más curioso es que en hebreo no existe el signo de interrogación, pero la Biblia está llena de qués, cómos, cuándos y porqués, hasta en sus formas retóricas y por parte del mismo Creador. 

  Ahora bien, desde los inicios del sellado de  la Biblia se produjo una tensión entre el modelo conversacional prolífico en debates de sabios creativos y discutidores frente al de los sacerdotes aferrados a los textos. Esta tensión no deja de ser reflejo sin embargo del gusto de la tradición judía por la palabra. En este sentido su papel es fundamental en la inovación intelectual, ya que este placer dialéctico, este espolear al alumno para que se 
levante contra el maestro y pueda demostrarle hasta cierto punto que está equivocado, ha tenido segun Oz un papel relevante en la 
historia de las ideas. Véanse como ejemplos los casos de Marx, Freud o Einstein. Sin una inclinación a debatir y a poner en question las verdades establecidas nunca hubieran formulado en sus ámbitos las ideas a las que dieron luz, aunque después se haya hecho un mal uso de las mismas. 

  Este gusto por el debate también ha generado que la locuacidad se hayan ido convirtiendo en un elemento característico del judío. Y una habilidad estrechamente relacionada con el uso de las palabras es el humor. "A menudo mordaz, incluso automordaz y a veces abiertamente autodesdeñoso, el yiddish hizo del humor judío un arte, y Groucho Marx y Woody Allen lo transfromaron en una marca universal." Y es que los judíos han sabido hacer también que  sus miedos y cóleras puedan estallar en muestras extraodinarias de ingenio. 

Cuando uno cierra el libro, le entran ganas de correr a investigar si en alguno de sus apellidos ronda algo de sangre de esta cultura tan verbosa y particular, que goza de una relación tan especial con las palabras desde siempre. 

Por Sílvia Ardévol

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