miércoles, 17 de junio de 2015




Muerte en Venecia o Los Perros en el Sótano

Perros encarcelados abajo
siempre abajo y muy adentro
silenciados por el imperativo resbaloso
de la vida decente.

¡Y que decente era la vida
con los perros atados en el sótano!
Tan irreprochable esta vida
con la falda por debajo de la rodilla
(y por debajo, trepando por las nalgas,
el gemido enloquecido
de los perros encerrados).

¿Por qué no los matabas?
Así, puestos en fila, 
uno detrás de otro,
que vayan pasando,
tiro en el pecho,
cada uno fuera, 
muertos los perros
muertos sus berridos angustiados
de encarcelamiento.

Pero no, era mejor vivir
con los perros en el sótano.
Porque vivir decentemente
se subrayaba cada vez
que el asomo de un perro
interrumpía tu calurosa siesta.

Para que hubiera un orden,
¡qué bien iba un Tadzio que desordenara!
Los perros en el sótano
recordando cuan bueno y decente es uno...

Y así, despacio,
de cada ladrido ahogado, un verso.
De cada vuelta de llave
a la puerta de hierro de la costumbre,
un monumento literario que se erige,
y que te sobrevive.


Por Sílvia Ardévol

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