miércoles, 25 de febrero de 2015



                                               
   
         

     "Triología de Auschwitz"

          Primo Levi

                             



   A medida que van silenciándose las voces de los que testimoniaron el infierno de los campos, urge más que nunca releer a los que supieron hacer un retrato, siempre difuso, de los mismos. Los mejores no estan aquí para contarlo, nos dice Primo Levi. Por primera vez y en especial después de la lectura del tercer volumen, "Los hundidos y los salvados", he entendido el sentimiento de culpa o de vergüenza del sobreviviente: era necesaria una buena dosis de egoïsmo, de pillería, hasta de insensibilidad para salvarse. Los mejores murieron todos, dice Levi. Y pasa a homenajearlos uno a uno, nombre tras nombre (Chajim, un relojero de Cracovia, Szabó, un agricultor húngaro, Robert, profesor de la Soborna...) en uno de los pasajes más conmovedores del libro. No se adaptaron, y por eso murieron, ayudaron a los más débiles, respondieron con indignación ante las humillaciones, se privaron de comer para alimentar a un moribundo...y Levi dice que nos hubieran hecho falta sus voces para comprender los porqués que él mismo no se sabe explicar. 
   Los verdaderos testigos murieron. No haber tocado fondo no fue una virtud que le haga a uno digno de su supervivencia, y todas esas voces son las que deberían contar otra barbarie más profunda, la que consiguió destruirles las almas y que empezaran a morir antes de aniquilar sus vidas del todo.
  Fueron pocos los suicidios durante la cautividad, y Levi desentraña la razón magistralmente: el suicidio es propio del hombre, y no del animal. Cuando uno es un animal sometido puede dejarse morir pero matarse exigia de un grado de racionalidad de la que los presos estaban privados. Vivir ocupaba mucho tiempo: había que satisfacer el hambre, sustraerse de algun manera al cansancio y al frío, a evitar golpes...
   Cuesta imaginar que el mismo Primo Levi que analiza de forma casi quirúrgica los estragos y las repercusiones de la vivencia en Auschwitz decidiera poner él mismo fin a sus días, tantos años después. O quizás ese sea el precio de la lucidez.
Una vez comentó en una entrevista de alguien que le había dicho con acierto, hacía muchos años... "tus recuerdos de antes y después son en blanco y negro; los de Auschwitz y los del viaje de regreso son en tecnicolor". Y Levi añade: " tenía razón . La familia, la casa y la fábrica són cosas buenas en si mismas, pero me han privado de algo que aún hoy echo de menos: la aventura. Mi destino quiso que 
encontrara aventura justo en medio del desorden de la Europa devastada por la guerra. "
Exceso de lucidez y falta de aventura, y quizás también la sensación  de falta de autenticidad que tienen las cosas después de que se haya sufrido en demasía.

Por Sílvia Ardevol

domingo, 22 de febrero de 2015





 Juan antonio Masoliver Ródenas,                               
      "El ciego en la ventana"

   "Pasó a la posteridad, pero no tuvo ocasión de enterarse". Ésta es una de las tantas "monotonías" con las que Masoliver hace pequeños pulsos con la vida, enfrentándola a sus más elevadas reflexiones y a sus más íntimas ridiculeces. Poner las cosas en su sitio, por ejemplo. Con que frecuencia se empuña la frase y con que lucidez la desmonta el autor: "la doctora Fraser (...) puso las cosas en su sitio. Bueno, las cosas han estado siempre en su sitio: me puso a mi en el sitio donde siempre han estado las cosas, antes y por supuesto después de mi paso por el mundo. ¿O no ha sido así y lo único a lo que he aprendido es a engañarme con saña hasta convertirme en la persona que me convenía ser y que nada tenía ni tiene que ver conmigo?"
   Los interrogantes como únicas palabras válidas. El derecho a no creer en las palabras pero la paradoja de sólo poderlo expresar valiéndose de las mismas. Conocer la felicidad, pero sólo la ajena. La controlada sucesión de frases que es un libro. Tomarse copas de vino con amigos muertos. Entierros en los que hay alguien que llora más de la cuenta. Ver como la página en blanco se va oscureciendo. Enamorarse de alguien (Filomena) a pesar de su nombre, confundir belleza con opulencia, oir aplausos sin que haya nadie al alrededor de uno, ser, hasta los veintiún años un verdadero imbécil y luego limitarse a mejorar...
   En medio de un erotismo visceral, resuena el nombre de Sonia.
-" (...) Si Sonia llora, ¿cómo puedo consolarla?
-No tienes que consolarla. Cocina para ella, enséñale la lluvia que hay en la ventana, esconde los caracoles del jardín, lámele los párpados. Y sé lo que no sabes que eres."
   Una intimidad asfixiante invade las páginas, la voz del narrador Masoliver se confunde con la del personaje que te arrastra como 
lector hacia reflexiones desordenadas, recuerdos de tedio infantil y de niños que se pierden camino a la escuela.
   En definitiva, un pequeño tradado de ebriedades más que lúcidas y copiosas, para los que como el autor no creen en la felicidad.


Por Sílvia Ardévol