domingo, 22 de febrero de 2015





 Juan antonio Masoliver Ródenas,                               
      "El ciego en la ventana"

   "Pasó a la posteridad, pero no tuvo ocasión de enterarse". Ésta es una de las tantas "monotonías" con las que Masoliver hace pequeños pulsos con la vida, enfrentándola a sus más elevadas reflexiones y a sus más íntimas ridiculeces. Poner las cosas en su sitio, por ejemplo. Con que frecuencia se empuña la frase y con que lucidez la desmonta el autor: "la doctora Fraser (...) puso las cosas en su sitio. Bueno, las cosas han estado siempre en su sitio: me puso a mi en el sitio donde siempre han estado las cosas, antes y por supuesto después de mi paso por el mundo. ¿O no ha sido así y lo único a lo que he aprendido es a engañarme con saña hasta convertirme en la persona que me convenía ser y que nada tenía ni tiene que ver conmigo?"
   Los interrogantes como únicas palabras válidas. El derecho a no creer en las palabras pero la paradoja de sólo poderlo expresar valiéndose de las mismas. Conocer la felicidad, pero sólo la ajena. La controlada sucesión de frases que es un libro. Tomarse copas de vino con amigos muertos. Entierros en los que hay alguien que llora más de la cuenta. Ver como la página en blanco se va oscureciendo. Enamorarse de alguien (Filomena) a pesar de su nombre, confundir belleza con opulencia, oir aplausos sin que haya nadie al alrededor de uno, ser, hasta los veintiún años un verdadero imbécil y luego limitarse a mejorar...
   En medio de un erotismo visceral, resuena el nombre de Sonia.
-" (...) Si Sonia llora, ¿cómo puedo consolarla?
-No tienes que consolarla. Cocina para ella, enséñale la lluvia que hay en la ventana, esconde los caracoles del jardín, lámele los párpados. Y sé lo que no sabes que eres."
   Una intimidad asfixiante invade las páginas, la voz del narrador Masoliver se confunde con la del personaje que te arrastra como 
lector hacia reflexiones desordenadas, recuerdos de tedio infantil y de niños que se pierden camino a la escuela.
   En definitiva, un pequeño tradado de ebriedades más que lúcidas y copiosas, para los que como el autor no creen en la felicidad.


Por Sílvia Ardévol

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