jueves, 5 de marzo de 2015



                          
                      


 Albert Camus, "Verano y Bodas"


  Hay en Camus una fidelidad a la luz en la que nació y en la que, dice él, "desde hace millares de años los hombres aprendieron a celebrar la vida hasta en el sufrimiento". Esta es la gran exaltación en toda la obra de Camus, pero sobretodo en este libro exquisito, "Verano" y "Bodas", donde la vida es no sólo celebrada sino cantada en sus elementos más imperceptiblemente líricos. El cielo, "fresco como un ojo lavado", la gloria fragil del día representada en su luz cambiante. Esa misma luz que representa también la garantía de que el mundo vuelve a empezar todos los días, en una claridad siempre nueva.

   En esta gran celebración de los sentidos, los elementos más sencillos son los protagonistas absolutos. El mar, por ejemplo, que "nos precede y nos sigue" que (...) "pasa y permanece" "Así" dice Camus, "seria menester amar, siendo fiel y fugitivo. Me caso con la mar". 

   Son en realidad, unas bodas con la vida, en esas raras ocasiones en que uno se siente que desempeña bien su papel, que está a la altura del oficio de ser hombre. Si pudiera repetirse contínuamente esta sensación ante las cosas, ante la luz, ante el mar, en "una revirginidad perpetua de la emoción" que decía Pessoa...

  Apunta  también Camus que "la obra de un hombre acaba siendo a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, pero casi nunca su propia historia". Hasta que punto consiguió él arrastrar esta percepción fuera de su Argelia natal, mezclado con la multitud en Occidente, sin la cercanía perpetua de "toda una raza, nacida del sol y del mar, que extrae su grandeza de su sencillez. "

   Pero en esta obra digna de ser releída constantemente, hay una invitación a satisfacer "esas dos sedes que no puede uno engañar mucho tiempo sin que el propio ser se deseque: AMAR Y ADMIRAR." Y es que no se trataba sólo de mirar con atención, de abrir los sentidos 
a las cosas hasta admirarlas. Toda esta celebración quedaría incompleta si se viera privada de de ese paso más allá que es amar. No es incompatible la decepción con el ser humano, maldecir sus miserias y sus tragedias, y con todo, poder seguir tendiendo la mano hacia el otro. No es tarea fácil combinar tener un ojo abierto al dolor ajeno y otro a la belleza para cantarla

   Ésta es la gran reflexión que quisiera apropiarme de este libro exquisito, que más que anotar quisiera tener presente también, todo el tiempo:

"Me gustaría precisamente no eludir nada y conservar intacta una doble memoria de las cosas. Sí, existe la belleza y existen los humillados. Cualesquiera sean las dificultades de la empresa no quisiera ser yo infiel ni a la una ni a los otros. "

   Fidelidad a la belleza y a los humillados. Conseguir vivir con esta doble conciencia de las cosas es conseguir ejercer el oficio de ser hombre. 

Por Sílvia Ardévol




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