miércoles, 1 de abril de 2015


       
          Friedrich Hölderlin, "Hiperión"


   Siempre me ha conmovido la historia del ebanista de Tübingen que después de leer "Hiperión" de Hölderlin decidió sacarlo de la clínica donde estaba ingresado por sus frecuentes crisis mentales. Se lo llevó a casa y vivió 36 años con él y su familia en un estado de locura pacífica, hablando en un lenguaje difícil de comprender, mezcla de alemán, griego y latín. Imagino las comidas cotidianas, los paseos, la vida compartida con el gran poeta de las letras alemanas, con la misma "sonriente seriedad" de su Hiperión, aparentemente menguado respecto a quien fue...¿qué grandeza adivinaría el ebanista de Tübingen en el autor de Hiperión para adoptarlo en casa como uno más, considerando un honor cuidarlo y atenderlo? La misma que percibe cualquiera que se acerque a este libro con la voluntad de comprender mejor al ser humano y su búsqueda infatigable de excelsitud.

   En esta obra se hace eco la insatisfacción perpetua del autor, las tensiones y cargas que conlleva intuir siempre que tiene que haber algo más...todo en un estado de hiperlucidez constante, insostenible, del que busca comprender, todo el tiempo.

   En un lenguaje exquisitamente lírico, Hölderlin narra los amores de Hiperión y Diotima, "la bien amada de las bienamadas." El nombre de Diotima no es casual: en "El Banquete" de Platón es Diotima la que sostiene que el amor responde a un anhelo de inmortalidad.

   De su encuentro con ella dice Hiperión: "¿Qué son los siglos frente al momento en que dos seres se adivinan y se acercan de esta
 manera? (...)¿Qué vale todo lo que los hombres hacen y piensan durante milenios frente a un solo momento de amor?

   Y este momento de amor, de un amor de los que surgen una o dos veces por siglo, pasa a narrarlo con un lirismo que estremece:

   "A partir de entonces, nuestras dos almas vivieron una unión cada vez más libre y hermosa, y todo en nosotros y en torno nuestro se conjugaba en una paz de oro. Parecía como si el viejo mundo hubiera muerto y empezara con nosotros uno nuevo, tan sutil, tan fuerte, tan amoroso, tan ligero se había vuelto todo, y nosotros, y con nosotros todos los seres, volábamos, espiritualmente unidos, como un coro de mil tonalidades inseparables, a través del Eter infinito.
Nuestras conversaciones transcurrían como una corriente de aguas azules en las que brillan aquí y allá las arenas doradas, y nuestra calma era como la calma de las cimas, de esas alturas espléndidamente solitarias, muy por encima del espacio de las tormentas, donde sólo el aire divino murmura todavía en la frente del audaz viajero.
Y luego la maravillosa, la santa tristeza, cuando sonaba la hora de la separación en medio de nuestro arrobamiento y yo exclamaba: "¡Ahora volvemos a ser mortales, Diótima!", y ella me decía: "¡La muerte es apariencia, es como esos colores que centellean en nuestros ojos cuando hemos mirado mucho tiempo al sol!"
¡Ah, y los deliciosos juegos del amor! Las palabras acariciadoras, las solicitudes, las susceptibilidades, el rigor y la indulgencia...
¡Y la clarividencia con que nos mirábamos el uno al otro, y la fe 
infinita con que nos magnificábamos mutuamente!
¡Sí!, el hombre, cuando ama, es un sol que todo lo ve y todo lo transfigura; cuando no ama, es una morada sombría en la que se consume un humeante candil."

  Pocas descripciones en la historia de la literatura universal alcanzan tales cotas de sentimiento.

  De esta sublimación de la experiencia amorosa, surgen toda una serie de conversaciones entre los amantes, y aquí Hölderlin pudo dar voz a sus más íntimas reflexiones sobre el ser y lo que le hace vivir. Vivir y sufrir, porque la melancolia trepa por los sentimientos intensos como su ineludible reverso.

Hasta la tristeza es menos enemiga, como cuando dice "estaba triste, pero creo q los bienaventurados deben de sentir también esa tristeza. Era la mensajera de la alegría, era el gris que precede la luz del día, del que brotan las innumerables rosas del amanecer..."

  En Hölderlin,quién fue y cómo vivió, se ejemplificó la máxima que puso en boca de su personaje: "Nada puede crecer y nada puede hundirse tan profundamente como el hombre". Desde su hundimiento profundo en la locura, todavía componía poemas y recitaba fragmentos de "Hiperión" a visitantes curiosos que lo venían a ver en su cuarto de Tübingen.

  En efecto, "hay horas grandes en la vida." Quien ha tenido la fortuna de habitar alguna de las sublimes, vivirá al borde del precipicio pero con recuerdos para el resto de sus días. Cómo escribió Hölderlin a un amigo antes de precipitarse cuesta abajo em sus crisis mentales: "temo acabar sufriendo la suerte de Tántalo, que recibió de los dioses más de lo que podía digerir"

Por Sílvia Ardévol

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