martes, 1 de marzo de 2016





                   CLASES DE LITERATURA
              
               JULIO CORTÁZAR

               Berkeley, 1980
 
                                                                                                                                            
  ¿Qué pasaría si uno pudiera sentarse ante un profesor soñado durante trece intensas horas, a gozar de aprender? ¿Qué sucedería si, además, este profesor resultara ser su propia definición de cronopio, en versión enseñante, y uno tuviera el honor de escucharlo hacia atrás y hacia adelante, subrayando sus frases y sus explicaciones?

 Esto es lo que ha echo posible la recopilación escrita de las clases que Cortázar impartió en Berkeley durante dos meses y que Carles Álvarez ha puesto en manos del lector de páginas habladas que como dice bien podría llevar por título "el profesor menos pedante del mundo".

  Y es que desde las primeras páginas se percibe esta complicidad con sus alumnos, que se prolonga después de cada clase con una vigorosa sesión de preguntas en las que van apareciendo joyas, como esta magistral definición de la novela como  "ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano".

  Son destacables sus reflexiones sobre el elemento fantástico y humorístico en el cuento. De una forma nada sistemática, presenta la irrupción de lo fantástico como el factor que vuelve precisamente más real la realidad, y el humor como el elemento desacralizador, que sirve para "echar hacia abajo una cierta importancia que algo puede tener, cierto prestigio, cierto pedestal"

  Cortázar nos abre en estas clases la puerta a adentrarnos en su 
propio proceso creativo, las facetas por la que pasó su escritura haciendo un poco de retrospectiva, cuando se inclinó más hacia la escfitura metafísica, la psicológica para finalmente optar por un tipo de literatura más comprometida. Aunque se distancia también del tono a veces pretencioso de dicho "género" citando de un cómico que dijo que "los escritores comprometidos harían mejor en casarse..."

   No se muerde los labios cuando tiene que hablar de buena y la mala literatura. Su descripción de los best seller no tiene desperdicio: "esos inmensos ladrillos que cierta gente compra en los aeropuertos para empezar las vacaciones y autohipnotizarse durante una semana con un libro que carece en absoluto de calidad literaria pero contiene todos los elementos que ese tipo de lector está esperando y que naturalmente encuentra."

  Dice de sí haber conservado siempre una capacidad lúdica muy grande y este es el tono que se desprende en estas sesiones. Carles Álvarez decía recientemente en una conferencia que hay algo en Cortázar que no siempre pasa con otros escritores, ni siquiera con los muy buenos, y es que cuando uno lee sus cuentos, le entran ganas de conocerlo personalmente. ¿Qué otro autor podía resultar tan entrañable como para que en pleno "corralito" se leyeran pintadas en los muros de Buenos Aires que decían "VOLVÉ, JULIO. ¿QUÉ TE CUESTA?"?

   De su relación con las palabras aparecen en estas clases matices brillantísimos: "si uno se descuida, el lenguaje es una de las jaulas más terribles que nos estan siempre esperando. En alguna 
medida podemos ser prisioneros de nuestros pensamientos por el hecho
 de que esos pensamientos se expresan limitados y contenidos sin ninguna libertad porque hay una sintaxis que los obliga a darse en esa forma y de alguna manera estamos heredando las mismas maneras de decirlo aunque cambiemos las fórmulas. "

  Haría falta la higiene mental de Oliveira su personaje de Rayuela que dice tomar cada palabra en la mano como si fuera un objeto y la mira por todos lados y la cepilla un poco para sacarle el polvo si es necesario y luego la usa si cree que la debe usar...

  En definitiva, Cortázar invita una vez más a salirnos  "de la vida de reloj pulsera y "merci monsieur, bonjour madame..." Para entrar en el pulso de sus entusiasmos y sus digresiones.

Nada más representativo de su estilo para terminar que una brevísima muestra del valor lírico de sus palabras e imágenes: 

TORTUGAS Y CRONOPIOS

    Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.


 Su literatura acaba siendo fiel al destino que el mismo promulga en su última clase, que es el de dar belleza, y también a su deber, que es el de mostrar la verdad en esa belleza.


Por Sílvia Ardévol

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