lunes, 21 de marzo de 2016





FIN DE POEMA, Juan Tallón 


  Si uno pudiera habitar las 24 horas previas a la muerte de un suicida... entrar en todos y cada uno de los pequeños infiernos que precipitan a un hombre su fin. Si añadimos, además, que se trate del último día en la vida de un poeta, parece que esos minutos se llenen de matices que nos cuenten algo esencial. Las voces de Cesar Pavese, Alejandra Pizarnink, Anne Sexton y Gabriel Ferrater se mezclan en un mosaico de desesperanza, y Juan Tallón recorre a través de sus últimos escritos una posible versión de la antesala del final. 

  Sabemos a través de Tallón de la frase de Artaud que Alejandra Pizarnik tenía presidiendo su escritorio: "había que tener antes que
 nada ganas de vivir". Esas ganas de vivir son las que se van 
consumiendo por diversas razones. En el caso de Ferrater, siempre tuvo el convencimiento de no querer traspasar la cincuentena. "No quiero oler a viejo", decía. Le temía a la decadencia física como al peor de los males.


  En otros casos, como el de Pavese, bien pudo ser la imposibilidad de comunicarse genuinamente, junto con la sensación que se esté esperando de uno que sea brillante a cada momento. Esta 
impotencia por conectar con los demás queda bien reflejada en la anécdota que gustaba de citar 
Pavese sobre la velada que Flavio Einaudi compartió con Wittgenstein en Ginebra, cuando esperaba ser iluminado por el genio ante semejante oportunidad y este se pasó media comida hablando se una loción francesa para la caída de pelo. "La decepción es una amenaza constante porque es imposible comunicarse con los otros."Cesare no puede, no ha podido nunca. Sus poemas y sus escritos son el testimonio de esta extrema soledad:

"En el alma extraviada
canta en voz alta, altísima, la soledad
una canción borracha de vida" 

  Esta sensación de aislamiento Alexandra también supo recogerla magistralmente en sus versos:"Hace tanta soledad / que las palabras se suicidan." Primero se suicidaron las palabras, después los individuos que las pronunciaron. Todos ellos sabían, y además desde hacía tiempo, que al cielo o al infierno se iba solo.

  Estos poetas se sabían condenados, como si lo que le acontece a un hombre no fuera sino lo que había pronosticado su pasado.

  Acabado el libro, permanece la imagen tristísima, grotesca casi, de Ferrater en el sofá de su sala de estar, muerto con una bolsa de basura en la cabeza. Dan ganas de correr a buscar las obras de estos cuatro poetas y embeberse con sus voces y con sus gritos. Ellos se fueron pero su poesía permanece. 

Por Sílvia Ardévol





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