martes, 10 de mayo de 2016



¿CUANTA VERDAD NECESITA EL HOMBRE?

 Rüdiger Safranski


La conciencia es la que pregunta por la verdad, y por lo tanto la responsable de arrebatarle al ser su prístina levedad. Y como en la adultez sucede inevitablemente la mezcla de nuestra propia química con lo extraño, toparse con lo trascendente es inevitable. En esta obra Safranski explora las diversas maneras en que diferentes autores, filósofos y otros personajes históricos se relacionaron con lo trascendente o con su noción de la verdad. 

Hay los que se encierran en el mundo que ellos mismos han creado. Desde la gran comunión de Rosseau consigo mismo y con el instante,  y el sentimiento exaltado de autoposesión que deriva de esta fusión de lo interior con lo exterior, al pesimismo dionisíaco  de Nietzche en el que celebra la vida con una pasión incesante después de que no quepan huidas al más allá, soltando también el lastre de querer conocerlo todo y siendo consciente del eterno retorno y la circularidad sin sentido del tiempo, sin desfallecer por ello. Son hombres que se sienten que no son de este mundo. 

Kant en cambio pretende aproximarse a la cuestión de la verdad atrapando la paradoja de que sea la razón precisamente la que nos obliga a plantearnos cuestiones metafísicas y que despues nos obliga a admitir el caracter irresoluble de buena parte de ellas. Y como la mente sufre de horror vacui, le horroriza el vacío, tiende a llenar la falta de respuestas con especulaciones disparatadas. 

La parte más espeluznante de esta exposición del hombre tras su verdad se ve ejemplificada en el caso sórdido de Hitler y Goebbels. Querer dar una dimensión metafísica a las frustraciones personales en la mayoría de los casos no tiene mayor repercusión. Pero si este equívoco se produce en el ámbito del poder, la cosa se complica. Cuando señalaron a los judíos como los culpables de su propio fracaso vital y dimensionaron al ario como al "portador de luz", estaban apelando a un pathos cósmico con unos objetivos geopolíticos muy concretos. El tono de trascendencia que se puede leer en fragmentos que cita Safranski de los diarios de Goebbels pone los pelos de punta: "cuanto más me elevo y me acerco a Dios, más cerca estoy de mí mismo (...) ¡Echo fuego! ¡Despido luz! Ya no soy un hombre. Soy Dios."
Hay una tradición metafísica que los totalitarismos, dice Safranski, pervierten con una imagen del mundo - y por tanto de pretendida verdad- que se llena de seguidores debido a la crisis espiritual, social y económica que experimenta en ocasiones el pueblo. A su vez la metafíscia totalitaria otorga la seguridad de una fortaleza, "erigida por miedo al campo abierto de la vida". Erich Fromm desarrolla a fondo en su libro El miedo a la libertad"  la sensación de inseguridad, soledad y distanciamento que conlleva la libertad humana y las distintas maneras de escapar de este aislamiento que ha adoptado el hombre a lo largo de la historia. 

Muy distinto el aislamiento de Kafka desarrollado por Safranski como último ejemplo del intento de aproximación a la realidad con sus verdades. Kafka quiere, como el protagonista de El castillo enraizarse en el mundo, comprenderlo, llevar una vida normal. Para él, el acto de escribir es una retirada del mundo pero en cambio su escritura "gira casi siempre en torno al problema de cómo poder hacer un mundo habitable de ese ominoso otro lugar." Dice Kafka: "me ha sido concedido el placer de disfrutar de las relaciones humanas, no así el de vivirlas." 

¿Qué conclusiones saca Safranski de este paseo por las distintas formas de aproximarse a la verdad, con sus peligros y problemáticas? Cuando se va en pos de la verdad, se desea conocer algo que ayude a orientarse en la realidad. Hay que estar preparado para toparse con determinados abismos, y conocerlos ya es un primer paso para no precipitarse en ellos. La verdad segun el autor no es una cualidad de la realidad sino de la relación que establezco con ella. (...) la mayor parte de las veces la relación con la verdad se reduce a MERA FE EN LA VERDAD.  Creemos en la verdad que los especialistas descubren".  Y preferimos la de los especialistas porque si establecemos una verdad nuestra, nos aterra la sospecha de que nos la hayamos inventado. 

El verdadero problema se crea cuando estas verdades trascendentes son propagadas desde el àmbito de la ideología. Cuando la política pretende otorgar trascendencia a las vidas de los ciudadanos más allá de las regulaciones que los son necesarias para convivir, se estan mezclando dos àmbitos de dudosa compatibilidad. Esta política que no ambiciona dar sentido la existencia debería por otro lado respetar -y incluso fomentar a descubrir- en cada individuo su verdad vital. Con las turbulencias y contradicciones que implique vivir una verdad propia, rodeado de otros seres con las suyas. 

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